He acostumbrado demasiado mal a mi cabeza. Desde bien pequeña me he fijado objetivos que poco a poco iba consiguiendo. Realmente, puedo sentirme orgullosa de decir que tarde o temprano he tenido lo que quería y no gratuitamente, no, a base de esfuerzo y constancia.
Lo más complicado era salir de aquí, de mi casa, empezar a saborear esa independencia que tanto adoro. Era necesario para lo que tenía entre manos pero, ahora creo que no es suficiente. Pienso fríamente y me doy cuenta de que todo aquel que quiere hacer algo, debe ser el mejor o estar en el top ten como mínimo.
Laboralmente, mientras siga en la universidad, no puedo subir más. He alcanzado el tope de horas que puedo invertir en trabajar. Pero no he agotado el tope de esfuerzo que puedo invertir en ampliar lo que quiero ser y tener. Toca pararse a pensar que hay que subir el listón. Quiero más. Pero… ¿Qué quiero? Aún no lo sé. Me marco hasta mediados de verano para decidirlo porque cabe la posibilidad de que necesite ir un poco más allá. Si quiero seguir avanzando, ni Santander ni Bilbao son los sitios adecuados y es algo que he empezado a ver hace bien poco. Ciudades como Barcelona o Madrid son los mejores lugares independientemente de todo lo demás. De momento son sólo ideas muy necesarias de contemplar. Están ahí.
Independientemente de todo lo que me rodea. Hace tiempo que me cansé de pensar en mi futuro contemplando el bienestar de los que me rodeaban. Mi vida es mía y sólo yo voy a vivirla plenamente. Sólo a mi atañe la competencia de decidir cómo, cuándo y dónde quiero que sea. Hace unos días leí algo de la cosecha propia de alguien que conozco, “Elige la vida” y como puede verse, me ha dado mucho que pensar.
Toca empezar a sopesar todo lo que tengo y todo lo que quiero. Es el momento.
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